Una estructura secreta en Japón podría tener la clave para entender el universo

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En el corazón de Japón, oculta bajo toneladas de roca, una estructura dorada busca respuestas sobre los orígenes del universo. Lo que descubrió ya cambió la ciencia… pero lo que busca ahora podría reescribirla por completo.

No todo lo que brilla está en la superficie. Bajo la tierra de Japón, una colosal estructura con miles de sensores dorados lleva casi tres décadas registrando señales del universo que escapan a nuestros sentidos. Esta “cámara dorada” no solo reveló que los neutrinos tienen masa, también abrió un nuevo camino hacia los secretos más profundos del cosmos.

En lo profundo de la montaña japonesa Kamioka, en la prefectura de Gifu, se esconde una instalación monumental con un propósito tan ambicioso como enigmático: observar lo que nadie puede ver. El Super-Kamiokande, conocido por muchos como la “cámara dorada”, comenzó a operar en 1996 y desde entonces se convirtió en un pilar de la física moderna.

Su apodo no es casualidad. Sus paredes interiores están recubiertas con más de 13.000 sensores que reflejan un color dorado cuando la luz los alcanza. Estos tubos altamente sensibles detectan diminutos destellos generados por partículas llamadas neutrinos. Estas partículas, casi imposibles de captar, atraviesan la Tierra y nuestros cuerpos constantemente sin dejar rastro.

En el interior de esta gigantesca cavidad —de 42 metros de altura y 39 de diámetro— hay 50.000 toneladas de agua ultrapura. Cuando un neutrino interactúa, aunque sea mínimamente, con una molécula del agua, produce un destello de luz que los sensores pueden captar. Eso basta para abrir nuevas puertas hacia el entendimiento del universo.

Uno de los mayores logros del Super-Kamiokande fue confirmar que los neutrinos tienen masa, un hallazgo que contradijo décadas de suposiciones científicas. Gracias a esa revelación, el físico japonés Takaaki Kajita, junto con el canadiense Arthur B. McDonald, recibió el premio Nobel de Física en 2015.

Este descubrimiento fue más que una victoria académica: implicó que el Modelo Estándar de la física necesitaba una revisión, y que había aspectos fundamentales del universo que aún no comprendemos del todo. La cámara, sin duda, se había ganado su lugar en la historia.

Hoy, el Super-Kamiokande no solo estudia neutrinos, sino que se ha transformado en un observatorio de fenómenos celestes. Desde explosiones de supernovas hasta otras señales cósmicas que llegan desde rincones lejanos del universo, esta cámara escucha lo que el cosmos tiene que decir en susurros de luz.

Cada día, bajo toneladas de roca, científicos esperan pacientemente señales que podrían revelar cómo se formó la materia, qué ocurre en los confines del espacio o si hay pistas sobre el origen mismo del universo. Lo que empezó como un experimento local se ha convertido en uno de los proyectos más ambiciosos de la ciencia moderna.

Y aún no ha dicho su última palabra.

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