Las Hermanas Carmelitas Descalzas robustecen la soberanía alimentaria

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El Monasterio Santa María Reina de los Ángeles, en el que habitan religiosas de la orden Hermanas Carmelitas Descalzas, se ha convertido en una de las referencias de la Alianza Científico Campesina, movimiento e iniciativa que ha sido promovido por el Ministerio del Poder Popular para Ciencia y Tecnología (Mincyt), dirigido a fomentar, entre otros fines, la producción de alimentos sanos y soberanos, así como a preservar las semillas.

La Alianza Científico Campesina, de acuerdo con la política que desarrolla la Corporación para el Desarrollo Científico y Tecnológico (Codecyt), adscrito al Mincyt, propone consolidar núcleos semilleristas mediante la entrega de herramientas y semillas de alta calidad física, fisiológica, genética y sanitaria. En este esquema, estas religiosas calzan perfectamente.

Ya sea bajo los rigores del verano o del invierno, las monjitas constituyen una suerte de ejemplo y de punta de lanza. En el fértil valle de Chirgua, estado Carabobo, donde están asentadas, se han ganado la admiración de los agricultores y pobladores.

Calificadas como “mujeres de espíritu guerrero”, en los terrenos del monasterio las monjas cultivan maíz, papa, caña de azúcar; crían cerdos, ovejas y ganado vacuno. Además, tienen una laguna para criar cachamas.

Dentro del intercambio de saberes y experiencias con otras instituciones y campesinos, las monjas proveen semillas, ya sea de maíz o papa, contribuyendo así al fomento del cultivo de estos rubros y a la preservación de la variedad. En pasadas notas informativas del Mincyt, rastreadas en la web, se reseña que las monjas participan en la siembra de otras cinco variedades locales como parte del proyecto de escalamiento de la producción de cereales que adelanta Venezuela con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Otras referencias informativas detallan el estrecho acercamiento y colaboración de entes del Estado y de Gobierno con el monasterio y las Hermanas Carmelitas Descalzas.

En agosto pasado, el Mincyt, a través de Codecyt, instaló en terrenos del monasterio una estación climática, dispositivo que permite vigilar el comportamiento del tiempo atmosférico, registrando datos de temperatura, humedad, presión de aire, precipitaciones, velocidad y dirección del viento. La estación está a disposición de todos los agricultores de la zona.

“Además, la instalación de este dispositivo genera distintos beneficios, como la disminución en costos asociados a riegos, el uso eficiente del agua de riego en los cultivos y un mejor manejo agronómico del cultivo, control de malezas, plagas y enfermedades… De esta forma, con la predicción del comportamiento del tiempo atmosférico, se brinda mayor seguridad a la toma de decisiones tanto para momentos de siembra como para cosechas, preparando a los agricultores sobre las posibles adversidades”, indica la nota del Mincyt.

Fundacite, Fundación para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología, también estuvo en el monasterio dando inicio al proyecto de instalación en la zona del primer biodigestor para producir gas metano con excretas de cerdo. El biodigestor también posee la capacidad de producir bioinsumos a través de las lagunas de oxidación, lo que permite la autosustentabilidad no solo del monasterio, sino del entorno circundante.

En esta actividad, el presidente de Fundacite, ingeniero Efraín Marín, hizo entrega de una cría de lechón padrote para mejorar la genética de los cerdos del monasterio. La madre superiora, hermana María Luisa González, le puso al animal el nombre de “El Pastor”.

En junio de 2021, el investigador de la Universidad Central de Venezuela Blas Dorta dio detalles de su visita a la congregación para compartir productos desarrollados en laboratorios de investigación de universidades venezolanas. “Específicamente hemos traído unos biofungicidas para el control biológico de hongos fitopatógenos en plantaciones de maíz. Además, le hemos traído elementos de tecnología reciente que pueden ayudar a llevar adelante una producción orgánica, más adaptada a las condiciones de este cultivo”, precisó.

Saco hinchado

El monasterio, asentado en la parroquia Simón Bolívar, del municipio Bejuma, está ubicado a unos 20 minutos del sector La Mona, punto en el que comienza la carretera que conduce a Chirgua y a La Colonia”, esta última, un centro poblado construido durante el gobierno de Eleazar López Contreras, con inmigrantes europeos, entre ellos daneses y canarios, traídos para dar impulso a la agricultura y la ganadería. El pueblo conserva las viejas casas del asentamiento y su cuadrícula original.

Un ramal de la carretera se desvía, a la derecha, hacia La Colonia. En esta intersección, la vía continúa hacia el sector Potrerito, luego a la hacienda Monte Sacro y después Cariaprima, en cuya montaña se haya el único geoglifo reportado en Venezuela.

La hacienda Monte Sacro perteneció a la familia de Simón Bolívar. En 1953 fue comprada por el magnate petrolero Nelson Rockefeller.

En crónicas y testimonios se asegura que Rockefeller consideraba la hacienda Monte Sacro como su segunda residencia fuera de Estados Unidos; deliraba por estos parajes. Compró tierras vecinas y llegó acumular más de siete mil hectáreas. En sus predios construyó una pista de aterrizaje para su jet particular.

Al lado de Monte Sacro está el monasterio.

En la década de los años 50 del siglo pasado, llegaron a Chirgua ocho familias vascas, bajo el amparo de las políticas migratorias del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Una placa colocada sobre una base en un cruce de vía, en un ángulo opuesto de la entrada al monasterio, conmemora la llegada de estos vascos a tierras de Chirgua.

Natalia Díaz Peña recogió en un libro los testimonios y la historia de los colonos en su nuevo destino.

En su relato, Natalia Peña asienta que el valle de Chirgua tiene la forma de saco hinchado con la boca orientada al sur. A los costados del supuesto saco, hay dos hileras de montañas, estribaciones de la cordillera de la Costa, que apenas alcanza los mil metros de altitud; por el centro del valle corre el riachuelo Chirgoita, a partir del fondo nutrido en tiempo de lluvia por las quebradas. “Es una tierra fértil, bien regada y de suave clima”, señala.

Las busetas y los carritos por puesto, que de Bejuma viajan a Chirgua, llegan hasta el sector Potrerito. Los mototaxistas cobran dos dólares desde La Mona hasta el portón de entrada del monasterio.“Es un lugar precioso, se siente una sensación increíble. Es un sitio de Dios. Todos los domingo en la mañanita, a las ocho, ofrecen una misa a la que asiste la gente del pueblo”, dice una mujer, a bordo de la buseta que hace el viaje hacia Chirgua.

A pie desde Potrerito se disfruta del encanto de un paisaje circundado por montañas, en las que a veces se avista la cortina de un aguacero que avanza hacia los campos arados, potreros con ganado o un corte sin recoger de maíz seco.

Un hombre sentado a un costado de la carretera, vestido con pantalones remendados y botas de goma que sobrepasan los tobillos, dice que la casa de las monjas no está muy lejos. El hombre se coloca un machete entre las piernas y con el brazo extendido señala hacia una colina.

“Mire donde está el templo, acérquese pa´que lo vea.

Desde la colina donde fue construida la pequeña iglesia y demás instalaciones del monasterio, se tiene una placentera vista del valle de Chirgua, de los sembradíos de las religiosas, los potreros para los ovejos y el ganado. En la elevación es posible avistar, abajo a una de las hermanas, afanada en controlar al rebaño de ovejas y evitar el extravío de algunos animales.

“¡Lucrecia, no te alejes tanto!”, grita la monja a una de las ovejas descarriadas.
Un escrito del periodista Hugo Montes, publicado en el portal web de la Agencia Carabobeña de Noticias, relata que el padre Néstor López, sacerdote de la Arquidiócesis de Valencia, administrador parroquial de Nuestra Señora de la Medalla de la Milagrosa de Chirgua y capellán del monasterio, comentó que las hermanas Carmelitas originalmente se encontraban en el estado Vargas. Pero luego de la vaguada del año 2000, se trasladaron a la Hacienda Monte Sacro, donde permanecieron hasta el 2010, cuando debieron salir. Entonces construyeron aceleradamente el monasterio en la colina. Para finales de aquel año el complejo, terminado totalmente, podría ser inaugurado.

Florecer en la roca

En Memorias del encuentro con la ciencia y la innovación 2019, publicada por el Mincyt, se exponen, a través de María Luisa González, la madre superiora del convento, las experiencias de las religiosas en su tesonera labor de producir alimentos, además de salvar las semillas criollas de maíz y papa.

“Trabajar el campo significa un rol duro para la mujer”, recuerda María Luisa, mientras medita sobre su jornada cotidiana. Tradicionalmente, las labores agrarias que realizan “las hermanitas de Chirgua” constituyen una tarea ruda, si se considera el inclemente sol que brilla en estos valles altos de Carabobo y las condiciones agrestes de la localidad. A media mañana, después de elevar sus oraciones matutinas, esta simpática parranda de mujeres religiosas —cubiertas, hasta los tobillos, con una túnica castaña y un caluroso manto color tierra; una especie de capa blanca, sostenida por alfileres al nivel del pecho; una capucha oscura, y un escapulario— bajan el camino al valle para cumplir su responsabilidad de siembra y cría de animales. “¡Es una tarea muy dura, pero maravillosa! Yo soy religiosa, pero también alimento a muchos con el fruto del campo. Es una manera grande de llevar el pan a la mesa, de compartir con otros”.

El texto que recoge las memorias del encuentro en el 2019, refiere que la congregación trabaja bajo la siguiente convicción: “Hay que florecer donde Dios nos plante, aunque sea en la roca”. Así está inscrito en una losa, en la entrada del convento. Es una frase que las levanta, especialmente en los días difíciles. “¡Cómanse todo! ¡Aquí no se deja nada en el plato! Siempre, debemos dar gracias por los alimentos”, da ánimo María Luisa. Entre los pobladores de Chirgua, se escucha decir que estas monjas parecen “la luz de una luciérnaga”, en medio de la llovizna de la noche. A ese nivel es la influencia de estas mujeres en la gente. El pueblo las ve trabajar, y mejor aún: se nutre de los frutos que ellas cultivan. Ardiendo a una temperatura superior a los 30 grados, las 26 hermanas proveen pan para el alma y para el cuerpo. Para ellas, “multiplicar las semillas campesinas es una obra de amor, de ciencia y de fe”, precisa Clara Castillo, una joven de 30 años de edad, con una energía ilimitada, quien llegó a la abadía arrastrada por el amor al prójimo. “Somos unas guerreras de fe”.

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