Por: Gabriela Jiménez Ramírez
La extinción de la experiencia es un término que cobra cada vez más fuerza entre las nuevas generaciones que nacen, se forman y desarrollan en función de las nuevas tecnologías, alejándose cada vez más del contacto directo con la naturaleza.
Hoy día el mundo digital es la nueva niñera, en otrora lo fue la televisión. Las ciencias naturales y ciencias sociales tienen un amplio camino investigando los efectos de las pantallas en los seres humanos.
Estos aparatos han sustituido la interacción con el entorno. En los parques, aunque todavía algunos juegan en columpios, exploran los árboles, observan pájaros y corren junto a otros niños y niñas, buena parte de los bancos están llenos de pequeños observando un teléfono, jugando en esos equipos que nacieron para mejorar las comunicaciones, pero que al potenciar sus requerimientos llenaron otras necesidades humanas.
Nada justifica tal sustitución de la conexión, pero es una realidad que nos golpea y sobre la que debemos actuar con prontitud.
Los padres suelen ignorar que esta nueva generación de niños, niñas y jóvenes, completamente virtualizados, tienen un cerebro reconfigurado que se carga de ansiedad, depresión, afectaciones en su salud mental; además, tienen menos creatividad, un coeficiente intelectual más bajo, poca concentración, ni hablar de la poca capacidad que tienen para expresarse y escribir.
Cuando los niños, niñas y jóvenes interactúan con la naturaleza tienen 25% más habilidades de aprendizaje. La naturaleza promueve la oportunidad de la creatividad en la enseñanza aviva la imaginación y las experiencias ante todo lo que nos rodea. ¡Las pantallas no!
No se trata de erradicar las tecnologías, es ser conscientes de su uso. Debemos establecer modelos híbridos de enseñanza, donde la conexión con la naturaleza y la vida en comunidad estén en la primera línea de acción de la educación en casa y en las escuelas.
En Venezuela, estamos avanzando en esta relación con programas educativos como los Semilleros Científicos, donde más de 600 mil niños, niñas y jóvenes aprenden lúdicamente sobre la cotidianidad de las ciencias con la vida y, al mismo tiempo, son capaces de adquirir herramientas tecnológicas para crear propuestas innovadoras y creativas en sus proyectos de robótica, matemáticas, física, nanotecnología. Es una realidad que nos llena de esperanza hacia el futuro.
Los padres, madres y representantes deben ser coparticipes de estas experiencias, deben hacer esfuerzos extras para conectar con estas experiencias y acompañar a sus hijos e hijas en un desarrollo sano de su salud mental, de un cerebro sano y una vida cargada de vivencias reales, nacidas de ese contacto con lo natural, donde los azules, verdes, los pájaros, los árboles, el horizonte y el universo les llene de alegría, de valores por proteger el hogar que llamamos Tierra, a los seres que viven en ella y, por sobre todo, les haga hombres y mujeres de bien.